martes, 4 de noviembre de 2003

LA MALETA

El niño miraba la pequeña maleta, ya cerrada, sobre la cama. A él le parecía inmensa, pero lo cierto es que la maleta tenía el tamaño justo para las mudas necesarias de la semana, los útiles de aseo y algo más. Estaba hecha de un material indefinible, color café carmelita, protecciones metálicas en las esquinas. Era una maleta típica de la época. Al lado se encontraba el bolsón escolar, muy diferente a la maleta, de piel de cerdo, con ese color y olor a nuevo que irán cambiando en el tiempo y acompañando a su propietario a medida que pasa la vida.

Ya estaba todo preparado, la maleta lista, el bolsón con los útiles y los cuadernos. Era media tarde y ya era el momento de partir. Un domingo, como muchos domingos de muchas semanas de muchos años. Era la hora y había que salir.

Le ayudaron con el bolsón y la maleta y partieron.

Había que llegar a tiempo al cruce de la carretera panamericana con el miserable camino rural que variaba sin intermedios de polvoriento a barroso según la época del año. Recorrerlo, no siempre era fácil y había que calcular tiempo extra para imprevistos.

¿Cómo se llegaba hasta el cruce? Había diferentes medios, pero en realidad eso no importaba. Lo que importaba era el tiempo, el tiempo para adaptarse, para asumir una nueva semana de soledad, una nueva semana de estudios, una nueva semana sin cariño.

Ya en el cruce, las recomendaciones de último minuto. Siempre las mismas, semana tras semanas. Era un ritual respetado, un ritual que de alguna manera quería transmitir el amor y cariño que estarían ausentes por los próximos días. A lo lejos se divisa el bus: Vía Sur, Galgo Azul, Lit o algún otro de las líneas interprovinciales de la época.. ¿De donde viene? De Concepción, de Talca, de Osorno, de Puerto Montt o tal vez de Curicó. ¿A quien le interesa de donde viene?, sólo interesa dónde va. A la soledad, a la tristeza, pero también al futuro. Hay que subirse al transporte que hará avanzar su vida un poco más. Recomendaciones al chofer: por favor deje al niño en el paradero de la ciudad… Ah¡¡ y que no olvide su maleta.

El viaje duraba tan sólo treinta o cuarenta minutos, pero que parecían una eternidad. ¿Qué pasaba por la mente del niño durante ese viaje tantas veces hecho? No podemos decirlo con certeza. Está demasiado escondido en su memoria y cubierto de una densa e impenetrable neblina, como la neblina que en algunas tardes de invierno solía haber en el camino y que daba la sensación de un viaje a ninguna parte. Hoy, con la distancia del tiempo de por medio, sólo podemos adivinar, suponer e interpretar a través del adulto que resultó de ese niño lo que en esos momentos sintió. Posiblemente una infantil reflexión sobre la soledad, la tristeza y, posiblemente también alegría, expectativas de compartir con sus amigos algún juego que quedó pendiente de la semana anterior y que debía continuar…. Quién sabe.. La neblina aún sigue ahí.

En medio de esos pensamientos de pasado y de futuro, el transporte llega a la ciudad. El chofer ayuda al niño con su maleta y su bolsón, y repite las recomendaciones: ten cuidado, pórtate bien, estudia, no olvides tu maleta.

Entonces, a caminar. La maleta en una mano el bolsón en la otra. Son cinco o seis cuadras que se recorrerán en otro interminable lapso, con incontables paradas ya sea para intercambiar de manos maleta y bolsón, para descansar o simplemente para alejar lo más posible la hora de llegada y el comienzo del internado.

A medida que el niño recorre una cuadra tras otra la pequeña maleta se hace más grande y pesada. La maleta no coopera, comienza a arrastrarse por el suelo, se atasca en las imperfecciones de la vereda. La maleta no quiere avanzar, quiere dejar a su dueño atrapado en ese momento, que parece mejor a los momentos que vendrán. Pero quedarse detenido no es posible, es necesario cumplir la misión y llegar con la maleta al destino. Hacer un esfuerzo adicional y enfrentar lo que viene, a veces conocido, pero la mayoría de tiempo, desconocido. Muchas veces inquietante, otras intimidantes, algunas pocas excitante, pero ciertamente todo lo que viene estará cubierto con la fina capa de la tristeza y soledad por la lejanía del amor y el cariño.

Al fin, el niño llega a su destino, la casa-pensión que lo albergará por una nueva semana junto a varios otros estudiantes, que como él, que vienen de diferentes partes y pueblos rurales cercanos a la ciudad para aprender a vivir el futuro. Un nuevo ciclo comienza, que repetirá semana tras semana por toda la temporada escolar.

El niño aprendió y conoció muchas cosas, valores, conocimientos, amistad, nobleza. También aprendió y conoció la mezquindad, los intereses pequeños, la mentira y a vivir en compañía de la soledad, aprendió a cuidar y acompañar a otros como él, aprendió a cuidarse y protegerse, aprendió disciplinas muchas veces llevadas al límite. Aprendió a convivir con la tristeza y aprendió, buena o malamente, enfrentar el futuro sin importar lo fácil o difícil que parezca.

El futuro ha llegado y el niño ya es hombre. El tiempo ha pasado, los caminos recorridos han sido muchos y la maleta sigue ahí, acompañándolo en cada uno de sus viajes. Ha sido necesario empacar muchas veces y comenzar jornadas en medio de la neblina y, en ocasiones sin saber donde está el camino.

Es cierto, con el tiempo la maleta al igual que el niño ha cambiado. Ya no es de ese extraño material, el tamaño y la forma son diferentes. Pero esas formas físicas no son importantes, se adecuan a las circunstancias. El hombre ha ido aprendiendo a poner en ella lo más necesario, aunque siempre sobrará y faltará algo. El peso es variable. A veces está realmente liviana y se hace fácil llegar al destino. Otras veces está pesada, llena de cosas que el tiempo demuestra que son innecesarias y que hace el camino más fatigoso. En estas ocasiones es casi seguro, aunque al hombre le moleste, necesitará de la ayuda de otras personas para despegarla del suelo, cargarla y continuar el viaje.

Pero sin importar si el hombre ha aprendido lo que debe o no llevar en su maleta, el sabe que deberá prepararla una y otra vez para continuar su viaje por la vida hacia el futuro.

Al final de todos estos viajes alguien tendrá que cargarlo a él. Para ese último viaje la maleta ya no será necesaria.

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